Me disponía a tomar una siesta después de una mañana muy ajetreada supervisando una obra que me tiene muy muy cansado, no tanto por la obra sí no por la gente quienes renuncian cada tercer día porque dicen que no les gusta trabajar, pero, ese otro tema que dejaré para otro día.

Y les decía, pues justo cuando puse la cabeza en la almohada empecé a pensar en la arquitectura actual. Aveces ya no sé si llamarle arquitectura porque la mayoría de lo nuevo parecen cajas de zapatos con agujeritos, espero que algunos de ustedes me puedan ayudar a descifrar el secreto de ¿qué le pasó a la arquitectura verdadera ? esa que se sentía, que provocaba emociones, que daban ganas de salir a verla, que cuando uno pasaba por afuera se detenía a ver tanta belleza y aveces majestuosidad, y no estoy hablando de estilos, hablo de esa majestuosidad que hasta nos hace sentir como hormigas y darnos cuenta de lo pequeño que somos en comparación de lo que se puede lograr materializando las ideas. O debería más bien preguntarme ¿ Qué les pasó a los arquitectos ? a los arquitectos verdaderos y reales que sentían, que vivían el espacio, que pensaban en el habitante, el el transeúnte y en la gloria del proyecto para que permaneciera atemporal y vigilante ante las miradas de quienes se cruzaran en el camino.

Pensaba si quizá el crecimiento acelerado de las ciudades, las redes sociales, y el hambre de reconocimiento entre otras tantas situaciones están influyendo a tal grado que se ha llegado al punto de la insensibilidad, de la falta de amor por al arte, de la valoración del mismo ser humano que se conforma con cualquier espacio por menos habitable que sea. Afortunadamente aún quedan, bueno, quedamos algunos que aún pensamos en la permanencia de la obra, en la creación, en la pasión, pensamos en que va a pensar, ver, oler y sentir sea quién fuere quién ocupe cada espacio de un proyecto.

Finalmente, creo que según esté la vida del arquitecto, así estará la obra, pues su proyecto es el reflejo de su propio interior.